Algo más que tabernas

Resultaron chocantes aquellas carreras contrarreloj de marzo por los pasillos de la Asamblea de Madrid, intentando presentar varias mociones de censura cuando ya se había anunciado la disolución de la Cámara. Para entonces muchos medios de comunicación, la oposición y hasta Ciudadanos llevaban meses explicando el caos del equipo de Gobierno regional en la gestión de la pandemia, e incluso la incapacidad de su presidenta. Con este panorama, ¿por qué no dejar que fueran los propios madrileños quienes mostraran la puerta de salida a Isabel Díaz Ayuso?

Los resultados de la noche del 4 de mayo, con la inapelable victoria de la líder regional del Partido Popular, han aclarado algo aquellas carreras, así como el terreno de juego en que se ha movido la insufrible campaña electoral. Puede ser que los madrileños hayan preferido el caos, o que ese relato fuera discutible, pero lo cierto es que Isabel Díaz Ayuso gobernará los dos próximos años la Comunidad de Madrid tras duplicar con el PP sus escaños de 2019 y sumar más votos que los tres partidos de izquierda juntos, además de arrumbar a la insignificancia al que fuera su socio de Gobierno hasta hace unas semanas.

Y no, no es que Madrid se jugara la “Libertad” en estos comicios, ni que el “comunismo” acechara más allá de Génova, por más que esos fueran los lemas de la triunfante candidata. Pero tampoco parece que las admoniciones sobre la llegada del “fascismo” hayan sido escuchadas por esos 1,6 millones de madrileños –el 44,7% de toda la región, y el 55,8% de chamberileros–, a quienes antes de votar se les señalaba de forma tan maliciosa como pueril: votar a Díaz Ayuso era cosa de “tabernarios” preocupados únicamente por la “fiesta” y la “borrachera”, y elegirla a ella equivalía a preferir “tomarse unas cañas” en “el 100 Montaditos de Europa” antes que sanidad y educación públicas.

Tras los resultados, a los epítetos maliciosos se sumaban los insultos a los votantes, pero bastaba pasar la mirada desde el mapa electoral teñido de rojo de hace dos años, al inundado de azul del pasado 4M, para reflexionar que lo que ha ocurrido es algo menos frívolo que la simple apelación a las “terracitas”. Quizá elevar al centro del debate público problemas accesorios para el día a día de los ciudadanos, o apostar por algo tan disparatado como arremeter contra los madrileños justo antes de pedirles el voto, también haya influido.

El resultado de todo ello está a la vista, y ni una alta participación –12 puntos por encima de la registrada en 2019–, ni la pretendida apropiación de los “barrios obreros” o del socorrido “cinturón rojo” del Sur han servido para descabalgar a Ayuso. Todo lo contrario. Además, ha dejado “colgando” de la pancarta a muchos que, arrogándose la voz del pueblo, quizá debieran mirar cuánto de él queda detrás de ella, y por qué. Lo contrario será continuar –camino ya de 30 años– frustrando las expectativas de quienes de verdad ansían la posibilidad de un gobierno de distinto signo. Si, como muchos creen, hay razones para hacer las cosas de otra forma –mejor–, lo primero debería ser escuchar y saber qué quieren los madrileños.

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