La ‘boutade’

Desde hace años, los políticos se han apropiado del recurso de la boutade, que el diccionario define como aquella intervención pretendidamente ingeniosa, destinada por lo común a impresionar. A falta de reflexión o de confrontar ideas, con lo que cansa, el gestito –la camiseta–, el aspaventismo o la frase estrambótica que dé muchos retuits es una tentación de la que expertos como Gabriel Rufián se libran cayendo en ella, ya sea por incapacidad, por provecho o por simple pereza mental.

Decía que los políticos se han apropiado de las boutades, como de todo, y es una pena, porque antes eran un buen terreno para artistas y literatos. Una de mis favoritas es aquella del inefable poeta bohemio Rafael Lasso de la Vega, que se hacía fotografiar en el Retiro y luego titulaba la instantánea: “Rafael Lasso delante del jardín de su hotel”. Otras, en cambio, pueden conllevar cierto riesgo, como aquella de Cela, en su Diccionario secreto, que decía: “¿Qué la Virgen de Covadonga es pequeñita y galana? Pues que se joda”, y que llegó a dividir a los asturianos entre los que querían decapitarle y quienes se conformaban con castrarle.

La que prefiero de todas es la de César González Ruano cuando, siendo un bisoño aspirante a escritor, acudió al Ateneo “como el anarquista que lleva su bomba” a reventar una conferencia propia y no se le ocurrió otra cosa que confirmar la manquedad de Cervantes, habida cuenta de que “el Quijote está escrito con los pies”. Ni que decir tiene que Troya ardió esa tarde en el Ateneo, con gritos e intentos de agresión que el aún desconocido Ruano había dado por descontados, claro. Sin embargo, la fama que buscaba en las páginas de la prensa del día después le salió regular, siendo despachado con varios sueltos apenas críticos o despersonalizados, como aquel titulado “Al señor González no le gusta Cervantes”, que le repateó especialmente.

Todavía se las tuvo tiesas Ruano con aquellos colegas que, tras escribir en periódicos más de 40 años y haber ganado el Mariano de Cavia con veintitantos, aún le negaban, ya sexagenario, el carnet de prensa: “Me piden que pruebe no sé qué cosas. No estoy dispuesto a probar nada. Les emplazo a todos esos robaperas para dentro de unos años. A ver si se habla de ellos o de mí. Periodistas mediocres, matalones, caciques de vía estrecha, cortan el bacalao. ¡Que lo corten! Uno no come bacalao, sino salmón”. Igualito que Rufián haciendo chascarrillos con una impresora en brazos, vamos.


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