Sol y sombras

Cuentan que Serafín Baroja, ingeniero de minas, letrista de zarzuelas y padre de don Pío, instaló a finales del XIX una garita en un extremo de la Puerta del Sol y aguardó –se desconoce si meses o años– hasta captar el instante en que la plaza quedaba completamente vacía. El momento llegó una noche entre las tres y las cuatro de la madrugada, y duró un suspiro, hasta que un borracho, una iza o algún calavera rompió con sus pasos el milagro.

Aquella apuesta ganada por el patriarca de los Baroja puede estar a punto de convertirse en cosa corriente: según Rita Maestre, este verano los miles de madrileños y turistas que cruzan a diario la Puerta del Sol podrían evaporarse al pisar “la parrilla más cara de la historia de Madrid”, como la zarandeada –electoralmente– lideresa de Más Madrid ha bautizado a la plaza, tras una reforma que no ha considerado instalar zonas de sombra, y que ha costado 10 millones de euros.

Dejando a un lado que la “parrilla” más cara fue el Monasterio del Escorial –más de 500 millones de euros le costó al cambio a Felipe II–, cabe recordar que la Puerta del Sol, “alegre como una mocita madrileña, riente como mañana de abril y más acogedora que fronda del Retiro en día de sol”, que decía Pedro de Répide, la Puerta del Sol, digo, no es un coso para tener tendido de sombra, y no hay que ser gato para saber que a ese populoso enclave no se va sino de paso, a una cita o a retratar a la Mariblanca, al Oso y al Madroño o a Carlos III, que ahora se ha mudado para tener más cerca a Ayuso. Todo lo más, los madrileños van allí a tomarse las uvas o a hacer historia, pues no hay fecha memorable que no conozca, como también escribió el cronista de la villa.

Relata Andrés Trapiello que, durante su larguísima vida, la Puerta del Sol ha sufrido muchas reformas: con jardines o sin ellos, con y sin tranvías, con las bocas de Metro en un extremo o en otro, con fuentes de más o menos chorritos, con tráfico, con más tráfico o con casi ninguno; con farolas fernandinas o con supositorios… según el gusto de cada alcalde y siempre con cargo a los madrileños. Lo que ninguno ha hecho es techarla con una bóveda de granito, que fue otra ocurrencia de Serafín Baroja y que quizá, si Rita asume algún día el bastón municipal, pueda recuperar para aliviar al Pato Donald y a Peppa Pig los rigores del sobrecalentamiento.


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