De maestros y alumnos

Una de las lecciones que le quedó al alcalde Martínez-Almeida de su paso por las oposiciones al Cuerpo de Abogados del Estado fue la rapidez de oratoria, como demostró hace unos días en el Pleno de Cibeles para resumir, en tres minutos, sus logros en esta menguante legislatura mediante la “táctica del opositor”. Esto, que fue muy celebrado pese a que hace 40 años ya lo hacía Mariano Ozores en el Un, dos, tres, me parece a mí que solo sirve para aturullarnos y engañarnos aún más rápido, pero qué sabré yo.

A veces de quién hayas aprendido depende que esa enseñanza te quede para toda la vida. Fernando Fernán Gómez cuenta en sus memorias que él aprendió a recitar siendo párvulo gracias a dos maestros: un hermano marista, que le enseñó que el secreto consistía en detenerse un poquito después de cada renglón; y su madre, que le dijo que la clave de todo era no detenerse un poquito al final de cada renglón, porque eso era un vicio feísimo que se decía renglonear. Con esos bueyes, el hijo de la cómica levantó su inmortal Don Mendo.

Pero hay que reconocer que no todos los saberes son iguales. Conocido es aquel labriego de Torrelaguna que se ufanaba ante todo el pueblo de haber sido maestro nada menos que del Cardenal Cisneros, y cuando el cura le inquirió, pero a ver, qué le pudiste tú enseñar a Cisneros, si no sabes ni leer, aquel contestó: yo le enseñé a silbar.

Hace unas semanas saltó a la fama Elisa Lozano Triviño, la estudiante con mejor expediente de la Facultad de Ciencias de la Información, por su exacerbado y errático discurso ante la presidenta Isabel Díaz Ayuso, que recibía en ese momento el reconocimiento de alumna ilustre de la misma Universidad Complutense donde había estudiado décadas atrás.  

El episodio causó estupor, lógicas chanzas y rechinar de dientes por el porvenir de las generaciones venideras, pero también me recordó a aquello que contaba el doctor Federico Rubio y Gali –otro casi vecino de callejero– sobre un viejo compañero de bachillerato, igualmente el mejor alumno de su instituto, luego el más brillante en la carrera de Derecho y que, cuando obtuvo el título, dejó de estudiar para siempre: «Se fue poco a poco atontando y abandonando… y ahí le tienen, le acaban de nombrar ministro». Muy mal se le tiene que dar a Elisa –que hasta renglonea lo de «pepera/ los ilustres están fuera»–, para no seguir la senda del amigo del doctor. Y de otros/as.

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