La boina y los animalillos

Tenemos Covid-19, pero no tenemos boina. Boina de polución, se entiende. La contaminación bajó hasta un 60% en el centro de Madrid durante la cuarentena. Teniendo en cuenta que en este periodo se prohibió la libre circulación y que hubo semanas en que la movilidad en la capital llegó a descender hasta un 91%, parece una relación causal obvia. Un dato producto de una situación anómala, nunca vista antes y que ojalá no vuelva a repetirse –la pandemia, claro, ni la boina–. Otra cosa es usar el dato fuera del insólito contexto para colocar el mensaje. Para vislumbrar incluso “efectos secundarios positivos” (sic) de la crisis, como mejoras en el aire y los aparcamientos, y para aventurar inminentes “temores” por un “repunte del coche” cuando todo se vaya estabilizando. Temores por un repunte “del coche” en una ciudad con miles de fallecidos, con decenas de miles de contagiados y a la que aguarda un tsunami económico sin precedentes cuyas primeras olas ya han comenzado a llegarnos.

Yo comprendo que con todo esto y con lo que viene los opinadores tengan la necesidad de buscar el lado positivo. De mover el foco hacia los aplausos, las iniciativas solidarias o los emotivos y lacrimógenos reportajes. Comprendo incluso que el ministro del juego se congratule por el hecho casi milagroso de que la prohibición de eventos deportivos haya hecho descender las apuestas deportivas. Y hasta entiendo a la denostada actriz que, en medio del tedioso confinamiento, muestre su ingenua “preocupación” por las palomas, que andan “desesperadas vivas buscando comida”.  

Otro, actor y director este, expresaba hace unos días, tras el inicio de la desescalada, su “tristeza por la vuelta a destrozar el planeta”. Aquí detecto ya un grado de hipocresía y cinismo que me cuesta mucho más comprender con, simplemente, asomarme al balcón o recorrer cualquier calle del barrio. Poco después, un periodista y “aprendiz de filósofo” expelía en Twitter su pesar por los “pobres animalillos” recién nacidos en las ciudades, “que creerán que el aire siempre está tan limpio”. Pobres.

Es curiosa esa sensibilidad por el “planeta” o por los “animalillos” en estas duras semanas en las que los hospitales madrileños han ingresado a más de 40.000 pacientes por coronavirus, la cifra de personas que se han quedado sin empleo se ha disparado y la de familias en situación de vulnerabilidad crece de manera trágica. En estas tristes semanas en las que la palabra “emergencia” ha recuperado su inminente y brutal significado. Con un aire, eso sí, más puro.


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