Mentiras e inocentadas

Mentir en un periódico está feo, por más que nos vayamos acostumbrando. Aunque se haga por nuestro bien o por una buena causa –¿mejor que la verdad?–. Eso es lo que pretendió el periodista Mariano de Cavia, cuando en 1891 escribió un artículo donde narraba el falso incendio del Museo del Prado. Su intención no era sino alertar a las autoridades sobre las deficiencias de seguridad de la pinacoteca, para que no ocurriese un incendio real. El artículo fue creído por muchos y cumplió su propósito –se mejoró la protección del Prado–, aunque no todo salió bien. Recuerda Arcadi Espada que Alfonso Hueste-Medina, un anciano coleccionista de arte, murió de un infarto en su palacete de Serrano al leer la “noticia”. «No hay duda de que el Prado se quemó para él».

Otra forma de mentira son las inocentadas periodísticas, si bien estas están protegidas (?) por más de un siglo de tradición en prensa y un pacto sobreentendido con los lectores. El pasado 28 de diciembre, un digital madrileño anunciaba la intención del alcalde Martínez-Almeida de privatizar una parte del Retiro para construir dos torres de viviendas y un parking subterráneo. La obvia inocentada engañó obviamente a quienes se dejaron engañar, que aprovecharon para impostar su indignación, mientras otros, que sí captaron el embeleco, se apresuraron a comentar que tampoco era tan descabellada la noticia y que con este alcalde todo era posible. Que la broma no estropee un buen prejuicio.

Pasa con esto de las inocentadas que uno nunca sabe, y no conviene sobreestimar algunas entendederas. Hace años, en otro Día de los Inocentes, decidimos jugársela a los lectores destapando en exclusiva que Barak Obama, que acababa de ser nombrado presidente de EEUU, estudió de joven en un colegio del distrito. Acompañamos el bombazo con una foto de un improbable Barak, e incluso aclaramos al final del artículo el animus iocandi. Ni por esas: a los pocos días, un vecino nos escribía unas furibundas líneas en las que, tras una ardua investigación, desmontaba la “exclusiva” y nos describía con epítetos poco piadosos. En otra ocasión intentamos colar el regreso del Rastrillo de Tetuán a su antiguo emplazamiento en la calle del Marqués de Viana, y una intrépida periodista nos puso en nuestro sitio con un artículo de réplica donde citaba a varias fuentes municipales para desmentir nuestro scoop. En fin, que se nos fueron quitando las ganas de bromas y farsas. Con todo, en este texto se coló una, y es que Hueste-Medina nunca existió. Ahora, como lección, sirve estupendamente.


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