Purpurina

Nuestros gobernantes europeos, esos burócratas oscuros –mas de sueldos brillantísimos– que se ocupan periódicamente de salvarnos, acaban de prohibir –también– la purpurina. Por nuestro bien. Los organizadores de los carnavales drag aún están evaluando la hecatombe, y Cindy Lauper ha prometido no volver a pisar Europa hasta que rectifiquen tal atropello. La Comisión Europea pretende con esta medida evitar la liberación al medio ambiente de medio millón de toneladas de las partículas sintéticas o microplásticos que contiene la purpurina, que es aproximadamente la mitad de lo que se ponía RuPaul para un show en provincias.

Se entiende que esos señores y señoras grises la tomen con la purpurina, tan glamourosa, y entiendo que Europa está en su derecho de prohibir lo que quiera –por nuestro bien–. Ahora bien, para mí que la purpurina a quien más daño hacía es a quien la usaba, como los tacones de aguja, los cardados, los vaqueros nevados o aquellas hombreras gigantescas que glosaban Loquillo y Alaska en el Rey del Glam, reconvertido hoy en terrorista ecológico.

En la Edad Media ya se elaboraba purpurina con un mineral llamado cinabrio, aunque se dice que su origen se remonta a la antigua Mesopotamia, cuando se conseguía machacando la concha de un molusco. De ella se obtenía un pigmento púrpura muy valorado por la alta sociedad babilonia, y quién soy yo para llevarle la contraria a los mesopotamios, que hasta construían zigurats.  

Es cierto que los años 80 fueron pródigos en glitter, pero parece que en aquella década el medio ambiente aguantaba aún el tirón, y que ha sido el aluvión de manualidades infantiles del siglo XXI el que definitivamente ha acabado por inundar el mundo de microplásticos purpúreos, hasta que la CE ha dicho basta.

Habiéndonos cortado ya el grifo de los cubiertos y las pajitas de plástico, no pensaba yo que de todos los microplásticos existentes en la tierra serían los de la purpurina los siguiente en la lista de prohibiciones. Y mira que lo entiendo, no crean. Pero estoy seguro de que esos señores y señoras oscuros de la Comisión Europea no han saboreado jamás la grima de comer un trozo de tarta con un cubierto de madera, ni intentado sorber un refresco con una pajita de papel, que probablemente haya sido el invento más desalmado de la historia después del garrote vil y el tofu. Como para pensar en que Von der Leyden se adornase en alguna Cumbre un mechón con brilli brilli.

 


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