Tiempo de verbena

Sí, ya sé que las cosas andan mal. Que pronto los madrileños jamás volveremos a ver un árbol, ni siquiera una maceta, y que la nube tóxica nos acabará matando a todos por no saber votar. Pero estamos de celebración, y toca hablar de las Fiestas del Carmen, por saber de dónde venimos. De esas verbenas del “bullanguero barrio de Chamberí”, “una de las más importantes y renombradas”,  que describiera José Gutiérrez Solana, vecino ilustre, hace un siglo; de aquellas que “se alzaban como un grito de alegría todos los veranos” en la calle del General Álvarez de Castro, junto a la tapia de los lavaderos, donde el niño Fernando Fernán Gómez pasó su infancia, montándose en el tiovivo de “los cerditos”, “lujosísimo, solemne, con muchos oros”, y que “tanta magia” proporcionaron al genial académico.

Conste que las del Carmen fueron en sus inicios unas fiestas importadas, pero qué no lo es en un distrito con nombre francés o que homenajea a chisperos y manolas que llegaron hasta aquí desde Maravillas, Lavapiés o Embajadores. Cuentan que la verbena comenzó en la misma calle del Carmen, y que pasó por Alcalá o Vallecas hasta asentarse en tierras chamberileras el año 1898, hace nada menos que 121 años. Pronto, sin embargo, alcanzarían gran fama y prestigio, como recordaba el bueno de Ramón Gómez de la Serna: “Una verbena a la que se va de visita, y no a ese paraje de desgarre y descoco que es el de otras verbenas”.

Tenían aquellas Fiestas de los años 20 un ambiente zarzuelero, con mucha mantilla y sombrero canotier, pero también con sus tiro al blanco, sus “tubos de la risa” o sus libidinosos Gigantes y Cabezudos (que repartían “pellizcos” a las mujeres desconocidas, y “una buena mano de sobos” a las conocidas, cuenta Solana); su “Museo Granero”, donde figuras de cera representaban la cogida y muerte del torero, o la “Retreta del Homenaje a la Vejez”, una carroza con los vecinos más longevos y las “guapas del barrio de Chamberí”, que bajaba por Trafalgar. En Olavide, sigue Solana, media docena de organillos ponían música de chotis en las puertas de las tabernas La Gloria y El Infierno, mientras “numerosas bicicletas” giraban “por el círculo de la plaza”. ¡Bicicletas en Olavide! Y sin carril segregado, se entiende.

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