Una cruz, una estrella y una espía: ruta por los cementerios singulares de Madrid


Quizás porque intentamos alejarnos todo lo posible del renglón final que nos aguarda a todos, hablar de memoria funeraria se hace complicado. Llegadas estas fechas, y siguiendo la tradición, hacemos una excepción para visitar a nuestros seres queridos. Ya sea para ponerles unas flores, adecentar sus tumbas o recordar biografías compartidas, los cementerios de Madrid reciben en el mes de noviembre las muestras de afecto, el recuerdo que permanece intacto en la memoria de los vivos. Para muchos, un momento en calma, una forma de seguir unido al familiar que ya no está. Otros también encuentran en estas visitas el descubrimiento de lugares fascinantes, llenos de historia y de personajes de novela, que sólo los curiosos conocen y guardan como un valioso tesoro. Aquí vamos a desvelar algunos de ellos:

Cementerio Hebreo

Fue en 1922 cuando Alfonso XIII permitió los enterramientos de la comunidad judía en España. El Cementerio Judío de Madrid o Beit Hajaim (en hebreo, “casa de los vivos”) se encuentra en una zona separada del Cementerio Civil, dividido por una tapia. Atravesando una puerta verde se accede a un lugar sencillo, silencioso y carente de ornamentación alguna. Silencio y sobriedad.

Siguiendo las enseñanzas de la Torá y las costumbres hebreas, “el cuerpo debe ir siempre a la tierra”, de ahí que no haya nichos o que la incineración no esté aceptada bajo los preceptos de la religión judía. El lugar es un oasis de calma, dentro de la inmensidad del complejo de Nuestra Señora de la Almudena, el más grande de Europa. Contrasta la afluencia de visitantes, del ir y venir de autobuses que recorren los sectores del cementerio, de las visitas turísticas y de curiosos al Cementerio Civil para conocer a personajes ilustres. En el Cementerio Hebreo, en cambio, se encuentra la más serena pausa. Las estrellas de David grabadas en el centenar de tumbas representan un firmamento de vidas ahora ancladas a la tierra y presentes en la memoria de los que se acercan a visitarles. Hay un lavadero utilizado para preparar el cuerpo y, de esta manera, “purificarlo” antes de la inhumación. Como curiosidad, existe una antigua y bella tradición por parte de los allegados, de dejar una piedrecita encima de la lápida de su difunto para dejar constancia de la visita. Según diversas interpretaciones, existía la costumbre tiempo atrás de dejar piedras cerca del lugar, como aviso a caminantes de que se estaba próximo a un enterramiento. Otra explicación apunta a que la piedra no se marchita como las flores y son, por lo tanto, símbolo de permanencia y de recuerdo eterno.

Cementerio Británico

Llamado también “Cementerio de los Ingleses”, la existencia de este cementerio se remonta a la época en la que no se permitía enterrar a los no católicos en camposantos. De ahí que el ministro británico en Madrid, Lord Buer, adquiriera en 1796 unos terrenos cerca de lo que actualmente es la Plaza de Colón, con la intención de enterrar allí a sus compatriotas. Sin embargo, las autoridades municipales de aquel tiempo rechazaron el permiso de levantar un cementerio en este emplazamiento, ya que el desarrollo urbano de la zona estaba rodeando los terrenos y consideraban que no sería adecuado, por lo que un intercambio de tierras posterior entre los gobiernos inglés y español, decidió que el lugar adecuado sería en su ubicación actual, en la calle del Comandante Fontanés, en Carabanchel.

Una portada carmesí con arcos ojivales hace de guardiana del recinto, la inscripción de “British Cementery” y, a lo alto, preside tallado el escudo del imperio inglés. El interior sorprende por lo pequeño de sus dimensiones, siendo algo más amplio que cualquier patio típico inglés. Aun así, destaca por la cantidad de personas influyentes que acoge: aquí podemos encontrar un impresionante mausoleo, único en el cementerio, de reminiscencias egipcias, perteneciente a la familia Bauer, influyente linaje de banqueros y políticos españoles de origen austro-húngaro, que representaban a otra poderosa familia en España: los Rothschild.

Aquí se encuentran miembros de la insigne familia Loewe, histórica casa de marroquinería y de la moda de lujo, “proveedores reales” ya en tiempos de Alfonso XIII o de la familia Lhardy, regentes de uno de los restaurantes más afamados de Madrid (igual de legendario que su cocido). El yerno de Thomas Price, fundador del Circo Price de Madrid, William Parish y su esposa, Matilde de Fassi, también tienen su lugar de descanso en este lugar.

El primer enterramiento del que se tiene constancia en el cementerio es de 1854 y el nombre de su morador es Arthur Thorold. Curiosamente, aparece grabada la espada ‘Excalibur’ del rey Arturo.

Una de las personalidades más increíbles del Cementerio Británico se encuentra en la tumba de Margaret Kearney Taylor, inglesa afincada en España y regente del famoso Café Embassy, que abrió sus puertas en 1931 en La Castellana, siendo lugar de encuentro de la burguesía, la clase política y diplomática del Madrid de aquellos años. Lo que en apariencia era un café del té, similar a los que había en Londres, París o Berlín, acabó siendo paralelamente un enclave importantísimo para los movimientos, donde florecían las suspicacias entre espías británicos y nazis durante la Segunda Guerra Mundial (ambas embajadas, la de Reino Unido y Alemania, se encontraban muy cerca del Embassy). Según investigaciones recientes, hay evidencia sólida de que el Embassy era el punto por el que los refugiados que escapaban de la Alemania nazi (España era en teoría “neutral”, pero el franquismo amparó operaciones del régimen nazi en territorio español), se utilizaban los sótanos secretos del café, como zona de paso para llegar a la Embajada británica o para salir hacia Gibraltar o los Pirineos. Margaret Kearney Taylor fue una importante colaboradora del servicio de inteligencia británico.

Cementerio de la Sacramental de San Justo

Mitad camposanto, lugar para el descanso eterno, mitad verdadero museo al aire libre, fue mandado construir por Isabel II en el conocido Cerro de las Ánimas, en Carabanchel. El arquitecto que lo diseñó sobre plano fue Wencesalo Gaviña. Es difícil encontrar en Madrid un lugar donde tantos nombres fundamentales para la vida social, política y cultural de España se encuentren todos ellos a escasos metros unos de otros.

El visitante puede pasear por sus estrechos caminillos, a través de los diferentes sectores y verá una serie de grandes ángeles de mármol que, dispuestos por el cementerio, se erigen como esculturas vigilantes protectoras del recinto. A través del recorrido, se puede contemplar la gran belleza de muchos de los panteones que existen. Destaca el Panteón de hombres ilustres, compuesto por varias sepulturas y costeado por la Asociación de Escritores y Artistas. El panteón se inauguró en 1902 con el traslado de los restos de José de Espronceda, María José de Larra y Eduardo Rosales. A estos prestigiosos nombres les seguirían otros ilustres, como el de Francisco Villaespesa, Ramón Gómez de la Serna, o mujeres de enorme talento, como la escritora Blanca de los Ríos o la famosísima actriz Jerónima Llorente. La lista de nombres que figuran dentro de los muros del cementerio de San Justo y que configuraron la Historia de España del último siglo, es larga.

El visitante podrá encontrar la tumba del doctor Gregorio Marañón, de los hermanos dramaturgos Álvarez Quintero, de la familia de los marqueses de Valdeiglesias, entre los que se encuentra el famoso actor Luis Escobar, la tumba del gran historiador Ramón Menéndez Pidal, del poeta y político Ramón de Campoamor, del promotor y empresario teatral Cándido Lara Ortal (dueño del Teatro Lara de Madrid), o del mítico actor Mariano Ozores Francés. En otro sector podemos encontrar las inhumaciones de Manuel Altolaguirre, del periodista Julio Camba, de la pianista y catedrática musical Araceli Ancoechea, la escritora y académica Carmen Conde (primera mujer elegida en la Real Academia), de la actriz Rafaela Aparicio o de la bailaora “Pastora Imperio”.

El listado de hombres y mujeres que reposan en San Justo es inmenso. La página web de la Sacramental de San Justo pone a disposición de los interesados una amplia propuesta de actividades culturales en torno al cementerio (“Ruta de las letras”, “Aquellas admiradas señoras”), que seguro pueden ser aprovechadas para profundizar en historias y en nombres propios, en un entorno propicio para transportarnos a una España muy diferente.

Cementerio General del Norte: el primer cementerio de Madrid se encontraba en Chamberí

Conocido también como Cementerio de la Puerta de Fuencarral, fue el primero en construirse en la ciudad de Madrid, situado entre las calles de Magallanes, Fernando el Católico, Rodríguez San Pedro y la Plaza del Conde del Valle de Súchil, diseñado por el gran arquitecto Juan de Villanueva. Aunque las obras empezaron en 1804, las vicisitudes de la Guerra de la Independencia no dejaron que estuviera terminado hasta 1809. José I Bonaparte lo encontró prácticamente construido. Se colocó una gran cruz de piedra en la entrada principal (actual calle de Magallanes, frente a la de Arapiles). En su interior se construyó una capilla neoclásica que sirvió como parroquia y el cementerio tuvo que ampliarse en dos ocasiones. Según cuenta la leyenda, la primera persona inhumada en el cementerio fue Teresa Montalvo, condesa de Jaruco y, al parecer, amante de José Bonaparte. Los amantes solían dar rienda suelta a sus encuentros en un palacete enfrente del cementerio, en la calle del Clavel. El día del funeral de Teresa Montalvo ordenaron sacar el cuerpo del sepulcro para enterrarla en el jardín del palacio, en el que ambos amantes habían compartido tantos momentos furtivos. La orden, según cuenta la leyenda, vino de José Bonaparte.

El cementerio fue derribado a principios del siglo XX y en su solar se construyó la desaparecida estación de Entrevías. En la actualidad se encuentran edificios de viviendas y el complejo comercial de Arapiles.


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