La Fundación Giner de los Ríos, el legado del gran innovador pedagógico

El fascinante edificio, reformado y ampliado en 2014, fue la primera sede de la Institución Libre de Enseñanza


En el número 14 de la calle del General Martínez Campos, entre un austero caserón del siglo XIX y un insólito cubo de varillas metálicas, se abre una grieta por donde se accede a la Fundación Francisco Giner de los Ríos, uno de los edificios más desconocidos de Chamberí y que alberga la memoria del que fuera gran renovador pedagógico e impulsor de la Institución Libre de Enseñanza, de la que a su vez surgirían otros proyectos notables, como la Junta para Ampliación de Estudios, la Residencia de Estudiantes o el Museo Pedagógico Nacional.

La historia arranca en 1875, con la Restauración canovista y la promulgación del “decreto Orovio” –llamado así por su redactor, el ministro de Fomento, Manuel de Orovio–, que suspendía la libertad de cátedra si esta atentaba contra los dogmas oficiales en materia de religión, política o moral, y que sirvió para expulsar de la Universidad Central de Madrid a muchos catedráticos renovadores, entre ellos al propio Giner de los Ríos, al que incluso se confinó en el Castillo de Santa Catalina (Cádiz).

Como respuesta, muchos de los docentes apartados se plantearon la posibilidad de proseguir su labor pedagógica al margen del Estado, creando un centro educativo privado y laico, imbuido por la filosofía krausista. Así nació la Institución Libre de Enseñanza (ILE), donde acabarían intelectuales como Nicolás Salmerón, Laureano Figueroa o Gumersindo Azcárate, además del citado De los Ríos –que comenzó con el cargo único de profesor–, y que en principio se dedicaría a la enseñanza universitaria, aunque más tarde se extendería a Primaria y Secundaria. Desde su nacimiento en 1876, la ILE se convertiría en un laboratorio de la educación, pionero en aspectos como la introducción de las clases mixtas, la eliminación de libros de texto, la importancia de la educación física y el desarrollo personal o las excursiones y viajes por Europa con sus alumnos.

Sede de la ILE desde 1884

En primer lugar se pensó en ubicar la sede de la Institución en el solar del paseo de la Castellana que hoy ocupa la Escuela Superior del Ejército, pero finalmente se desdeñó la idea, y tras unos años en varios pisos céntricos, el 3 de septiembre de 1884 se implantaría de forma definitiva en el Paseo del Obelisco –hoy, General Martínez Campos–, número 8, en un espacio más acorde a los valores krausistas: una quinta con jardín en las entonces afueras de la capital, en un paseo sin apenas construcciones salvo, entre ellas la, vivienda del pintor Joaquín Sorolla, cuyos hijos también estudiaron en la ILE. En 1908 se añadirían dos nuevos pabellones al complejo.

En el caserón más antiguo, con vistas al Paseo, viviría el propio Giner de los Ríos, y también Manuel Bartolomé Cossío, uno de los primeros alumnos de la ILE, además de sucesor del propio Giner, y la persona que consolidaría el proyecto y convertiría la institución en centro de la cultura española de la época, y puerta de acceso a las teorías pedagógicas y científicas europeas.

Tras el fallecimiento de Giner de los Ríos en 1915 se crearía la Fundación que lleva su nombre, con el objetivo de conservar, difundir y continuar el legado histórico del pedagogo y de la Institución. Sin embargo, al terminar la Guerra Civil la Fundación sería proscrita y sus bienes incautados.

En 1940 el Ministerio de Educación Nacional se haría cargo del edificio para reanudar sus actividades como “Grupo Escolar Joaquín Sorolla” y, años después, sus estancias también servirían como sede del Servicio de Alimentación Escolar.

Con el fin de la dictadura, el profesor José Manuel Pedregal reactiva legalmente la Institución Libre de Enseñanza y promueve la recuperación de sus bienes, aunque una parte de la sede todavía albergaría durante un tiempo el Colegio Nacional Eduardo Marquina.

Recuperación y proyecto de rehabilitación

En 2003, el Patronato de la Fundación inicia el proceso para la rehabilitación y ampliación de la sede histórica, con el objetivo de salvar el recinto y adaptarlo a sus necesidades actuales como custodio del patrimonio institucionista y centro de reflexión sobre cultura, educación y sociedad. Tras un largo periplo y la convocatoria de un concurso público, el proyecto queda en manos de los arquitectos Cristina Díaz Moreno y Efrén García Grinda (estudio Amid.Cero9), que llevarían a cabo los trabajos en 2014 y por el que, un año después, recibirían el Premio del Colegio de Arquitectos de Madrid.

El proyecto tuvo por objetivo recuperar el viejo caserón que fue casa de Giner y Cossío y los corredores y vigas de madera del anexo Pabellón MacPherson –proyectado por Joaquín Kramer en 1908–, así como sustituir el resto de edificaciones deterioradas por varios volúmenes cuyas fachadas, cubiertas de varillas metálicas, sirvieran de fondo para el insospechado jardín, verdadero protagonista del complejo y que se abre al visitante tras una estrecha entrada casi a modo de gruta.

El jardín se conforma pues como punto de encuentro y espacio vivo y cambiante con el paso de las estaciones, gracias al trabajo y la documentación histórica de la paisajista Teresa Galí-Izard, con una vegetación traída directamente de la Sierra de Guadarrama: otro guiño a la ILE, dado que Valsaín fue un destino frecuente en las excursiones de la Institución, que daba gran importancia al contacto con la naturaleza.

Como explican los propios arquitectos, “decidimos conscientemente que en primavera fuera muy frondoso, en verano comenzara a decrecer y en invierno casi desapareciera, para lo cual se siguió un sistema de plantación muy riguroso, siguiendo unos patrones de asociación de especies de manera que, aunque parece no mantenido y salvaje, en realidad es una ecología creada y mantenida artificialmente”.

Envolvente metálica y auditorio

Por otra parte, mención especial merece la celosía que recorre la edificación, desde la entrada y formando una envolvente con respecto al patio. Unos módulos creados a partir de barras de acero galvanizado irregulares en escala y distribución, que en los dibujos iniciales representaban casi una lluvia y que filtran las vistas y el asoleamiento hacia el interior.

Dichos módulos sirven de lienzo al patio y disponen de dos planos, de manera que la parte superior, ligeramente inclinada, refleja el color del cielo, mientras que la inferior se tiñe del verde del jardín, con lo que su suma “hace que, perceptivamente, el edificio tienda a desaparecer”, añaden los autores.

En total se trata de casi mil paneles distintos que disimulan las vistas de las aulas desde el jardín y que desde dentro se vuelven casi transparentes en algunas zonas, gracias a la diferencia de luminosidad y al mecanismo óptico de relleno de la información por parte de nuestro cerebro.

También se pueden hallar nuevas joyas en el interior del edificio principal, un espacio de tres alturas deliberadamente diáfano, que libera las vistas y permite mantener la estrecha relación con el jardín en 12 aulas diseñadas sin esquinas ni obstáculos.

Finalmente, en la planta baja se ubica una sala de exposiciones temporalmente cerrada y un sorprendente auditorio de formas sinuosas, forrado de tablillas de madera traídas igualmente del valle de Valsaín, de diferentes tamaños para mejorar la acústica, y donde en la actualidad se organizan seminarios, conferencias y hasta se puede asistir a sesiones de ópera en streaming, gracias a una alianza de la Fundación con el Teatro Real.

La Fundación Giner de los Ríos es, en la actualidad, una entidad privada con un variado programa de eventos culturales y pedagógicos, y que puede visitarse –salvo el caserón que fue vivienda de Giner, en estos momentos en proceso de reforma– previa inscripción en el correo de la propia institución.


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