No seré yo quien defienda a los vecinos guarrindongos que llevan años ensuciando las calles de la Villa y Corte. A la vista está de que son los primeros culpables del lamentable estado de limpieza en que se encuentra la ciudad. Tampoco les concedo el vergonzante trato condescendiente que el Ayuntamiento lleva años dispensándoles con sus campañitas de concienciación para que se comporten de manera civilizada. Que si “seguro que lo haces sin querer”o que si “haz magia” y tira tus puñeteros trastos dentro del cubo, cochino maleducado.
Dicho lo cual, que el Consistorio haya “detectado” (¿ahora?) un “creciente abandono indebido de residuos” movería a la chanza, si no fuese porque nuestro alcalde se ha despachado a gusto señalando que esta situación es “imputable a conductas incívicas” de vecinos y comerciantes. Que, añade, “ni avisan a los servicios municipales para su retirada, ni respetan los días de recogida programada”. Y sí, Almeida, pero no. Me explico.
La primera vez que contacté con los servicios municipales de retirada estuve esperando en la calle a que llegaran los operarios a la hora fijada. No quería que los –digamos– selectores nómadas de enseres se llevaran mis bártulos. Media hora después me subí, sin que hubieran llegado, y vi desde la ventana cómo el susodicho recolector los subía a un carrito del súper y se los llevaba.
La segunda –y creo que será la última– fue hace unos meses. Tal como pide el alcalde, volví a avisar al servicio de recogida, que me indicó el día y la hora en que les venía bien que bajase los trastos –una puerta– a la vía pública. Así lo hice y, seis horas después, la puerta seguía allí: “Todavía no habrá pasado la ruta”, me indicaron. Al día siguiente, seguía allí: “Ese número de referencia me aparece como ya cerrado, pero puede abrir una incidencia”. Otro día más tarde, allí seguía la puerta, para cabreo del vecindario y vergüenza mía. Así que hice lo que hace la mayoría en estos casos. Desplacé la puerta varias decenas de metros, hasta una esquina convertida desde hace tiempo en “punto guarro” de la zona. En dos horas, la puerta ya no estaba.
Desde el Ayuntamiento se jactan de que las quejas y reclamaciones sobre limpieza están “en mínimos históricos”, y se quedan tan anchos. Quizá sea que los madrileños nos hemos cansado ya de quejarnos, pero no se confunda, alcalde, y salga a la calle: la casa sigue sin barrer.



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