Merecimientos

La línea que separa al pragmático del tahúr es delgada. Así el alcalde Almeida, que rechazó nombrar a Almudena Grandes hija predilecta de Madrid si se hacía a toda prisa y sin consenso y, dos semanas después, corría a aceptar la exigencia de Marta Higueras para sacar adelante las cuentas municipales. “No lo merece, pero ya tengo presupuestos”, se pavoneó, tan extemporánea como innecesariamente. Resulta inquietante dejar a los políticos el reparto de carnés de méritos, cuando la crispación hace años que enfangó todos los ámbitos. No digamos la cultura. Que Almudena Grandes escribió mucho y bien sobre su ciudad está fuera de toda duda, como que era querida y admirada por gran parte de los madrileños. También lo está que la propia escritora contribuyó en los últimos tiempos a embarrar el terreno político con artículos poco edificantes, cuando no directamente desafortunados. En el lodazal han chapoteado muchos, y no sólo políticos, pero uno esperaría que el respeto a la institución que representa a los madrileños sirviera para sobrevolar por encima de ofensas y yerros. Hoy eso es ya esperar demasiado.

No es sólo el alcalde. Recientemente se ha visto cómo la oposición prescindía de la cortesía que debiera ser inherente a su condición en episodios como la futura sala de lectura Vizcaíno Casas –cuyo éxito editorial se comparó con el cine porno, entre otras lindezas–, o los rechazos a la concesión de medallas honoríficas a la exalcaldesa Ana Botella o al “revisionista” Andrés Trapiello. En puridad, tampoco es que introducir casi de matute la declaración de hija predilecta en la negociación de unos presupuestos sea el epítome del homenaje a un fallecido, pero así están las cosas.

Y es que cuando dejas a los representantes públicos la llave de los méritos ocurren cosas curiosas. Cuenta precisamente Trapiello en su espléndido Madrid que, con la creación de los barrios de Chamberí, Salamanca o Argüelles, hubo que dar nombres a un buen puñado de nuevas calles, por lo que los políticos municipales no dudaron en repartírselos ellos mismos, “sin esperar muchos de ellos a pasar a mejor vida”. Así, en el barrio de Argüelles podemos encontrar el de todos los amigos del que fuera presidente de las Cortes, desde Mendizábal a Fernández de los Ríos. En definitiva, todo esto de los merecimientos me recuerda a aquella célebre frase de Alfredo Di Stéfano cuando le entregaban un trofeo individual. “No lo merezco, pero lo trinco”. Sólo que, claro, la Saeta Rubia sí era el mejor en lo suyo.

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