Dice Luis Antonio de Villena que hoy se dan demasiados premios literarios. Tantos, que su concesión hace tiempo que dejó de conferir prestigio alguno al escritor galardonado, y eso cuando no ocurre que es el propio premiado el que eleva la categoría del premio. Le contesto que no habrá tantos cuando aún quedan –ya pocos– presentadores de televisión que no han ganado ninguno, aunque él habla fundamentalmente de los certámenes de poesía, que es a los que los presentadores no se presentan, y que se usan como la única manera para que un escritor desconocido pueda publicar su obra. La editorial en estos casos no arriesga nada, porque el ayuntamiento que sea, o la empresa-comprometida-socialmente, cubren su expediente presupuestario cultural pagando la edición, y a otra cosa. Y si al desconocido escritor no le da ni para ganar, siempre puede optar por la autoedición, que suele ser también autodistribución y autolectura con cargo a uno mismo. Sic transit.
Claro que ni todo el mundo ni nadie puede ser De Villena, que –sigue contando– rechazó hace décadas un accésit del Planeta “por dejadez y por purismo”, sólo porque el encargo tenía fecha de vencimiento, y él acabó su novela sin ninguna prisa 20 días después. “Hoy pienso que me equivoqué, pero no lo lamento mucho”, me dice.
Montero Glez, ese ácrata que entró en el mundo de las letras dando una patada a la puerta con su Charolito y su Sed de champán, sí que lamenta tener que presentarse a estos certámenes, pese a llevar ganados unos cuantos. “No me gustan los premios, porque tampoco me gustan los castigos”, suele decir. Tampoco busca en ellos prestigio –“me presento por la bolsa, pero no los acato”–, solamente el dinero que, “en una sociedad justa”, le sería otorgado de suyo por su labor.
Uno, que le sobran dedos de una mano para contar los certámenes literarios a los que se ha presentado, quedó segundo en el organizado por el instituto donde estudiaba el bachillerato. Fue sin duda la cumbre de mi carrera literaria, aunque cuando tuve que subir a la tarima a leer unos párrafos lo hice tan torpe y atropelladamente que creí que me dejaban sin premio. Aquel episodio no recuerdo que me reportara gran prestigio, aunque la “bolsa” sí me llegó para comprarme una preciosa camisa blanca. Que bien pudiera ser otra manera de “hacer” el purismo, Luis Antonio.
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