Supremacismo lector

El cadalso ibérico virtual de este mes se ha levantado para ajusticiar a María Pombo, una chica guapa que nadie parece saber muy bien lo que hace, pero que desde luego lo hace muy bien. A la Pombo no se le ocurrió otra cosa que jactarse de su desinterés por la lectura, y encima añadir: “No sois mejores porque os guste leer”.

El vídeo se hizo viral, centenares de tuiteros y, sobre todo, tuiteras, pidieron las sales y clamaron anatema contra la influencer. Por supuesto, todos los periódicos se hicieron eco del exabrupto, porque la prensa funciona ya con el cuanto peor (contenido), mejor (cifra de audiencia). En los siguientes días, a la pobre María la pusieron a escurrir una jauría de sesudos lectores que, se supone, aparcaron un momento la relectura de los 46 tomos de los Episodios Nacionales, para asomarse a Twitter y responder a la “gañana”. Sádica, cateta, zombi, imbécil, tarada o “votante de derechas” fueron algunas de las perlas.

No fui un lector precoz, de esos que devoraban a Dumas o Verne durante la infancia. De repente, en la adolescencia algo hizo clic y comencé a leer de forma desordenada, casi esquizofrénica. Recuerdo que me gastaba la exigua paga en libros de bolsillo de Plaza & Janés –mis favoritos eran Frederick Forsyth y Vázquez Figueroa– y, desde entonces, suelo entrar en las bibliotecas con la misma actitud reverencial con que entro en las iglesias.

Leer es un acto de libertad y resistencia –ante la superficialidad, tan en boga– pero, sobre todo, es un deleite. Decía Borges que la lectura nunca debe ser obligatoria, como no lo es el placer o la felicidad. Se trata de un acto íntimo, una aventura emocional y placentera que, a veces, te proporciona algún conocimiento. Ese placer María no lo siente, y no pasa nada. Seguramente ella cree que lo que le da un libro ya se lo proporcionan Netflix o TikTok en píldoras. Para mi, sin embargo, renunciar a la lectura es como quitarte voluntariamente del postre, del chupito de la sobremesa o del jamón ibérico. A mí nunca se me ocurriría pero, si a alguien le va bien, allá ellos.

Lo gracioso de todo esto es que María Pombo tiene razón: leer no nos hace mejores. Como dice la escritora Mar Benegas, leer nos puede enseñar, “como mucho, justo lo contrario: que nadie es mejor que nadie, que todos somos iguales”. Y los supremacistas lectores, unos pelmas.


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