Mariano Benlliure y su estudio en Chamberí donde comía paella Alfonso XIII

La Fundación del escultor mantiene su legado desde el distrito


En el año 1911 se inauguraron en Chamberí, a apenas dos manzanas de distancia, las casas-taller de dos genios del arte, como fueron Mariano Benlliure y Joaquín Sorolla. Aquel febrero, el escultor se instalaba en José Abascal al tiempo que el arquitecto Enrique Repullés, recomendado por el propio Benlliure, construía la vivienda-estudio de su amigo Joaquín Sorolla en el paseo del Obelisco –poco después, General Martínez Campos–.

No fue este el primer estudio de Benlliure en el barrio. Años antes había abierto en Quevedo, tras regresar de Roma, donde vivió casi 20 años y ganó fama como escultor fecundo, además de modelar algunas de sus grandes obras para Madrid, como las del Teniente Ruiz, en la Plaza del Rey, la de Álvaro de Bazán, en la de la Villa, o la de la Reina María Cristina. Del taller de Quevedo serán dos de sus monumentos más célebres: el dedicado a Emilio Castelar, en Castellana, y el del General Martínez Campos, para el Retiro, donde poco después erigiría también la estatua del rey Alfonso XII.

De niño, Benlliure ya modelaba figuras de santos para el colegio, además de ser un magnífico dibujante. De su Valencia natal se trasladó con su familia a Madrid, donde trabajó como cincelador en una platería, lo que resultaría esencial en su obra. “Nunca fue a una academia, ni a una escuela de artes y oficios. Fue completamente autodidacta”, explica Lucrecia Enseñat Benlliure, bisnieta del artista y vicepresidenta de la Fundación Mariano Benlliure.

Su primer encargo llegó con 15 años, cuando realizó el paso de El Descendido para una cofradía zamorana. Ya en Roma, se presentó a la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1884 con Accidenti!, un simpático bronce que representaba a un monaguillo en el momento de quemarse con el incensario, y que le valió la segunda medalla del certamen, además de abrirle las puertas a los encargos de la sociedad madrileña, tras la invitación del Duque de Fernán Núñez a una fiesta en su palacio. Allí conocerá también a su primera mujer, Leopoldina Tuero O’Donnell, con quien tiene dos hijos, pero de quien se separará debido a las infidelidades de ella, lo que marcará su regreso a la capital a mediados de los 90, cuando abre el taller de Quevedo.

Benlliure fue un melómano –era gran amigo del tenor Juan Gayarre, cuyos descendientes le encargaron el mausoleo ubicado en el Roncal, otra cumbre escultórica del artista– y asiduo de los estrenos de ópera y zarzuela. Así descubrió a la cantante lírica Lucrecia Arana, de gran éxito en la época, y de cuya unión –sin posibilidad de formalizarse, al no tener la nulidad del matrimonio anterior– nace en 1898 José Luis Mariano Benlliure López de Arana, abuelo de la directora de la Fundación.

“Por aquel taller de José Abascal pasó todo Madrid”

La nueva pareja adquirió en 1907 unos terrenos en la manzana de José Abascal, Zurbano y Bretón de los Herreros, donde fijarían su residencia e instalarían un gran estudio, a cuya inauguración acudieron autoridades, amigos y artistas. “Por aquel taller pasó todo Madrid, empezando por la familia real, con quien tenía mucha amistad por haberla retratado muchas veces. Tanta, que el propio Alfonso XIII solía quedarse a comer cuando mi bisabuelo hacía paella”, recuerda Lucrecia.

Se juntaban así, en apenas unos metros, los dos amigos de toda la vida, Sorolla y Benlliure, cuyas trayectorias artísticas habían sido paralelas. Sin embargo, el espacio de creación del escultor no iba correr la misma suerte que el de Sorolla, convertido hoy en Museo del pintor.

Tras su muerte en 1947, Benlliure dejó dos ramas familiares –en realidad tres, porque en 1933 se casaría civilmente con Carmen de Quevedo–, si bien los únicos herederos legítimos eran los hijos de su primer matrimonio. Estos, explica Lucrecia, “no tienen mucho aprecio por lo que representa el estudio ni la memoria del lugar, y aparece en las noticias que se están vendiendo piezas y se va a demoler el estudio”, como así sucede finalmente.

No obstante, el hijo de su segunda unión, arquitecto durante la República y que regresa del exilio en 1949, sí le corresponde la parte de los solares de su madre, lo que aprovecha para construir en dichos terrenos los dos edificios actuales, entre Bretón de los Herreros y Zurbano, sede actual la Fundación que conmemora al que fuera su padre.

Mantener la memoria del matrimonio Benlliure-Arana

Las vicisitudes familiares también estuvieron a punto de que se difuminase el legado del escultor, de no ser por el empeño de Soledad Galán, nuera de Benlliure por su matrimonio con José Luis Mariano, quien impulso la memoria de Benlliure, y cuyo testigo recogió a finales de los 90 Lucrecia Enseñat Benlliure, bisnieta de la pareja de artistas. “Cuando murió mi abuela tuve que inventariar la colección familiar. Al año siguiente se conmemoraban los 50 años de la muerte de Benlliure, y pensé que era una oportunidad para recordar al que fue uno de los escultores más importantes de España”, explica esta arquitecta, dedicada desde entonces al rescate de la memoria del escultor y la cantante, y que dirige la Fundación.

“Hoy empieza a recordársele, pero hace 20 años estaba francamente olvidado, e incluso algo desprestigiado”, añade Lucrecia, que lleva catalogadas unas 1.600 obras del artista y que colabora habitualmente con la policía de patrimonio para detectar las “muchísimas falsificaciones” realizadas sobre la obra de Mariano Benlliure. El artista valenciano modeló cerca de un centenar de monumentos funerarios y públicos –entre ellos los mausoleos de Gayarre o Joselito, o las obras de Canalejas, Sagasta y Dato del Panteón de España– y en Madrid cuenta con 17 piezas expuestas, cuatro de ellas en El Retiro, de entre las que Lucrecia Enseñat destaca la del General Martínez Campos. “Tiene una belleza extraordinaria, no hay una escultura ecuestre como esa”, concluye.

Foto: Håkan Svensson–Xauxa (CC).


  Votar:  
Resultado:5 puntos5 puntos5 puntos5 puntos5 puntos
  1 voto

Deje un comentario

Para dejar su comentario identifíquese o regístrese.