En los últimos años se ha producido un crecimiento exponencial en la demanda de atención psicológica. La salud mental está más presente que nunca en las conversaciones, lo cual es positivo. Sin embargo, también estamos observando un fenómeno preocupante: cada vez más personas acuden al psicólogo para abordar malestares que forman parte de la vida cotidiana.
Sentirse triste después de una ruptura, agobiado por el trabajo o nervioso antes de un examen son reacciones normales. Pero hoy en día, esos malestares tienden a verse como “síntomas” de un trastorno mental, como un trastorno depresivo o de ansiedad. Esta psicopatologización de la vida cotidiana tiene consecuencias importantes: se llevan a cabo tratamientos que no son necesarios o beneficiosos, se generan etiquetas que pueden limitar a la persona más que ayudarla e incluso puede generar dependencia de los dispositivos terapéuticos. Asimismo, esto supone un gasto, tanto económico como asistencial, y perjudica la asistencia a personas con trastorno mental grave que precisan un tratamiento.
¿Por qué ocurre esto? Vivimos en una cultura donde estar bien es casi una obligación, no hay lugar para la incertidumbre, el fracaso o la tristeza. El mensaje es claro: si hay un malestar, hay algo que arreglar. Pero la tristeza, la ansiedad, el miedo o el enfado son respuestas humanas y, muchas veces, adaptativas. No todo se soluciona con medicación o terapia. A veces, lo que necesitamos es tiempo, apoyo o simplemente aceptar que estamos pasando por un momento difícil.
Psicólogos y psiquiatras defienden para estos casos la intervención de no tratamiento: orientar a la persona en su malestar, sin convertirlo en enfermedad. Validar lo que siente, ofrecer escucha y subrayar recursos personales, sin que necesariamente eso implique entrar en un proceso terapéutico. Esto no significa no hacer nada, sino intervenir de otra forma, más humana y preventiva.
Como colectivo social, también podemos hacer mucho. Recuperar los apoyos naturales -amigos, familia, redes vecinales- es clave. Escuchar, no juzgar, compartir experiencias y normalizar que sentirse mal a veces es parte de estar vivo. No todo sufrimiento requiere una consulta clínica, pero sí puede necesitar una conversación o apoyo.
Cuidar la salud mental también es saber distinguir entre lo que genera sufrimiento en el día a día y lo que implica psicopatología. No todo malestar es un trastorno. En muchos casos, tratarnos con compasión y permitirnos estar mal de vez en cuando, puede ser la mejor manera de sanar.
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