Mucho ruido

«Qué descansada vida la del que huye el mundanal ruido», decía Fray Luis de León en su célebre ‘Vida retirada’, que estos días debe de estar recitando medio Madrid, desde Concha Espina a Ponzano, pasando por Legazpi o por los vecinos del colegio de los Salesianos de Estrecho, en cuyo patio han instalado unas pistas de pádel que los fines de semana ponen un insufrible hilo musical de gritos y pelotazos durante 13 horas cada día.

Aunque el ruido al que se refería el poeta era al metafórico de apartarse de las veleidades del mundo en su camino hacia una vida mística, lo cierto es que con la llegada de la primavera y del buen tiempo, los madrileños se han dado cuenta de lo ruidoso de la ciudad. Mucho, mucho ruido, que cantaba Sabina.

En los aledaños del Bernabéu se venden ya tantas bufandas de Vinicius como sonómetros para demostrar el superávit de decibelios en los conciertos que vienen y que vendrán, no digamos ya en las fastuosas celebraciones, por esa buena costumbre del equipo madridista de ganarlo todo y varias veces. Y conste que entiendo algunas cosas, eh, pero vamos. Cantaba Taylor Swift, no es que fuera Miguel Ríos versionando el Himno de la Alegría contra los fachas, que menos mal que Beethoven está muerto, y era sordo.

A toda esta campaña contra el ruido y la proliferación de conciertos, festivales, jaranas y francachelas en general le faltaba un término, un animalito conceptual que diría Arcadi, con que vender la protesta a los medios. Y ya lo tenemos, recién salido del horno: “Eventificación”, entendiendo por tal “el desarrollo de eventos masivos en diversas zonas de la ciudad de forma continuada y constante, sin planificación estratégica ni sostenibilidad alguna”. Así, tras la “gentrificación” y la “turistificación”, la “eventificación” sería el tercer caballo del apocalipsis madrileño –¡la “apocalipficación”!–, que amenaza con deteriorar la vida de vecindad de los barrios y hacer inmensamente ricos a los fabricantes de benzodiacepinas y audífonos.

Akbar, el emperador mogol, proclamaba en una novela de Salman Rushdie: «¡Alborotad tanto como gustéis, pueblo mío! El ruido es vida, y el exceso de ruido es señal de que la vida es buena. Ya tendremos tiempo de guardar silencio cuando estemos muertos». Claro que esto a mí me recuerda a los rijosos de mis vecinos, ahora que empieza la temporada de ventanas abiertas. Qué derroche, qué guturalidad. Qué desproporción. Y qué envidia. 

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